Wednesday, November 15, 2006

El eco de la música


Si tuviera una razón
en donde descansar
los pensamientos,
las ilusiones,
los andares...
de las canciones en mi mente.

¿A dónde se han ido?

El eco de la música de las horas tristes,
que una vez fue,
la mía.

La guitarra y el acordeón,
la cítara y el arpa
jugando
en la clave sol,
en la clave re,
recordando que al revés del tiempo
fueron acordes en la orilla del mar,
la tuya.

¿Dónde depositar los arpegios cansados?

Me faltan unas huellas
que al caminar,
anden acordes conmigo.

Thursday, November 09, 2006

Lágrimas sobre mi teclado


Al seguir descubriendo
ocultas verdades
sobre la realidad
de nuestro pasado,
lo único que me sobra
son las lágrimas
sobre mi teclado.

Tuesday, November 07, 2006

Ideas Brief

Hace unos meses, en la agencia para la cual trabajo hicieron un "Ideas Brief". Ello consistió en darnos a los involucrados 5 imágenes raras. De ellas, uno tenía que escoger 1 y escribir un cuento inspirado en esa imagen. Participaron alrededor de 50 personas en este "Ideas Brief" y para mi sorpresa, mi cuento salió seleccionado como ganador. Bien, aquí les dejo la foto que escogí y lo que salió de ella.



Mi desastre de amor…


Aquella tarde mi novia me dejó. No sé ni porqué me pongo a escribir la historia de lo que pasó. Será para desahogarme, para soltar mis penas sobre un papel, o simplemente para escupirlo todo de una vez y luego olvidarme del asunto. Total, que esto es sólo mi versión. La de ella ya no me importa. Hice lo que pude y encima no me puedo sacar la cara de besugo roñoso y amanecido de mi autorretrato. Sin embargo, quiero escribir. Voy a escribirlo todo y después lo quemaré junto a los recuerdos que me queden de ella.

La conocí de casualidad. Yo siempre la veía por la ventana de mi oficina cuando salía a almorzar con sus amigas. Me quedaba mirándola, lelo, como hipnotizado por un perfume que nunca llegué a respirar del todo. Yo aún trabajo en el quinto piso, para una compañía de seguros y ella seguirá siendo oficinista y secretaria del dentista del octavo piso.

Bueno, la cosa es que hace más o menos un mes y medio, bajé a la cafetería del edificio y me encontré con Adriana. Ella es una chica alegre que le encanta hacer bromas y chistes. Siempre fuimos buenos amigos durante nuestros años de escuela superior. Recuerdo que me regaló unos zapatos de charol bien feos que me puse para ir al “Senior Prom” con ella precisamente. Luego de eso, las casualidades hacían que nos encontráramos de vez en cuando. La última vez que me llamó había sido más o menos un mes atrás, para pedirme prestados esos zapatos charros y poder ir con unas amigas a una fiesta de Halloween. Cuando se los presté le pregunté que para qué los quería y me dijo que se iba con una comparsa de amigas, todas vestidas de payasas ridículas, pero que no estaba segura si los iba a usar ella o alguna de sus amigas.

Esta vez, nunca sabré si fue el destino o qué, pero Adriana era amiga de la chica que me está motivando a escribir este desastre.

Volviendo al momento, saludé a Adriana y sin darme cuenta, ella estaba justo detrás de su amiga haciendo la fila para pagar el almuerzo. Me quedé mudo cuando la vi tan de cerca. Es una mujer hermosa. Tiene el pelo largo y lacio de color castaño claro, de buen cuerpo que sabe lucir extremadamente bien, sobre todo cuando se pone las mini faldas que me vuelven loco. Adriana se dio cuenta de mi nerviosismo y sin pensarlo mucho, me presentó a su amiga, Rebecca.

Aproveché la oportunidad para sentarme a comer con ellas y sobre todo, para pedirle el teléfono a Rebecca y así poder invitarla a salir conmigo. Quería conocerla, besarla y sobre todo, poseerla.

No hace falta describir todos los momentos casi religiosos que pasé con ella. Después de aquel almuerzo, que fue un martes si mal no recuerdo, la invité a salir al fin de semana siguiente. De ahí en adelante todo fue química explosiva y el encuentro de lo que yo pensé que era mi alma gemela. Teníamos, y debemos seguir teniendo, los mismos gustos para la música, las películas, los restaurantes y los días con lluvia.

Todo iba tan bien, tan perfecto, que decidí pedirle que hiciéramos un compromiso. Sí, amanecí tan loco aquella mañana que me vestí con mi mejor traje. En eso, sonó mi celular y era Adriana. Estaba justo frente a mi casa y venía para devolverme los zapatos que le había prestado. Aproveché para preguntarle cómo le había ido en la fiesta y me contestó que muy bien, que la gente se rió muchísimo de su disfraz y que al final, terminó prestándole los zapatos a alguien y que no me los había devuelto porque los llevó a limpiar antes de devolvérmelos. Yo, un poco incómodo, le pregunté que si le había dicho a alguien de quién eran esos zapatos horribles. Ella me contestó que le dijo a sus amigas que los zapatos eran de un vecino que resultó ser un “pimp”, violador y tecato, que lo habían cogido arrestado y que según los policías lo iban arrastrando para montarlo en la patrulla, el tipo los dejó tirados en la acera y ella los cogió pensando que algún día podría hacer algo con ellos. A todo eso pensé, sí claro, ¿quién demonios se iba a creer eso?

Le di las gracias, no sé exactamente de qué, y me despedí de ella diciéndole que tenía prisa. Terminé de vestirme, agarré las llaves del carro y paré en la esquina de mi casa para comprarle flores al vendedor de la calle. El tipo, al ver mi cara de felicidad y percibir la adrenalina mezclada con hormonas exaltadas, agarró el primer papel que tuvo a la mano y me puso en las manos el ramo de flores más bello que yo jamás había visto.

La emoción y los nervios me llevaron, paso a paso, hasta la puerta de la entrada del apartamento de Rebecca. Toqué el timbre y ella salió a contestarme. Cuando me vio, sonrió y me saludó con el beso de siempre, miró las flores y se quedó boquiabierta, casi sin respiración.

Sé que empecé a hablarle, a decirle lo que tenía por dentro, pero ella cambió su mirada y se quedó paralizada. Me dijo: “No lo puedo creer. Mira, Alberto, es mejor que lo dejemos aquí”.

Recuerdo que sus ojos brincaban de las flores a mis pies y yo sin lograr entender el porqué de su reacción. Me dijo que me fuera, que mejor habláramos más tarde. Yo agarré las flores y me fui. No le dije nada al despedirme. Llegué a mi casa, me senté en el sofá y puse las flores sobre la mesa frente a mi. Fue ahí cuando entonces me di cuenta de mi error. Tenía puestos los zapatos de charol blancos que me había regalado Adriana hace años.