Saturday, October 27, 2007

Las cosas de mi sexo versus yo


Las cosas de mi sexo
están llenas de casitas de muñecas, porcelana,
lazos de tul, faldas, sombrillas y miles de tejerías;
más las mías están hechas de otro horizonte.

Estoy hecha de sueños, palabras, novelas y canciones.

Sueños de tirillas rotas, pedacitos de flores,
montones de tierra, caminos semi-andados
compuestos de lágrimas secretas y deseos apagados
por amores no correspondidos y a destiempo.

Cargo palabras tupidas de sed, de hambre, de verdad,
dispuestas a otorgarse a quien verdaderamente
las atienda.

Corro con la vista centenares de hojas cubiertas de realidades alternas,
tal vez buscando un débil sentido a las letras que mastico
y un significado coherente a las ocho de ellas
que componen mi nombre; porque en parte
soy como esa tierra que adoptó el destierro de aquel militar corso,
dirigente de tropas, emperador, estratega y loco.
Una isla que duerme en el mismo centro
del archipiélago Toscano,
y vive acariciada por el mar Tirreno.

Entiendo,
que me enajeno en canciones para no tener que hablar,
para no tener que escuchar conversaciones ajenas,
retazos imbecilizantes de balbuceos sin sentido
que deben ser encajonados en los huecos acéfalos
de quienes los engendraron.

Las cosas de mi sexo se adornan con piedras
y se embarran las caras con pintura polvorienta,
tratando de agradarse entre ellas mismas.
Yo prefiero adornarme de música, de libros,
pensamientos, arena y algas, y páginas virtuales.

Las cosas de mi sexo a veces salen de cacería
en busca de una víctima que complazca sus caprichos, de por vida.
Pero yo, prefiero meditar, mientras contemplo y espero
a que uno de ellos me observe, dé un paso y se me acerque.

Las cosas de mi sexo se enganchan de cualquier mequetrefe
por miedo a quedarse solas y no tener con quien procrearse.
Luego se vuelven posesivas y sumamente territoriales
para después preguntarse que por qué lo que tienen
no es suficiente, que en realidad no hay nada en común,
y que ya nada puede volver a ser, como lo era antes.

Mas yo me fijo, si entre los entes masculinos
hay alguno que sepa ir más allá d las tres capas de la piel,
y que comprenda que ser mujer no se basa
en coqueterías baratas ni en maniquíes de vitrinas,
sino en la complicidad absoluta que comparten
las mentes equi-pensantes, los diálogos alebrestados,
y las noches sin salida.
Alguien que entienda, que las cosas propias de mi sexo
son más profundas
que el espacio olvidado
entre medio de sus costillas.